Sólo el fútbol puede unir y también separar a la gente de una manera tan exagerada, especialmente en días como el de hoy, cuando una gran ciudad puede verse drásticamente partida por la mitad. De esa división pueden, a veces, surgir dos ciudades diferentes en sí mismas, pero con tantas similitudes que bien podrían volver a ser la misma mañana mismo.
Una de ellas, como en aquél capítulo de Los Simpson, es la parte rica de la ciudad. Donde la gente disfruta del fútbol con un buen puro, donde no se permiten la pereza y los resbalones. Esta es una ciudad en la que todo, absolutamente todo, está en el punto de mira, cada gesto y cada palabra se miran con lupa y no se permiten fallos. En esta ciudad se puede hacer mucho dinero, obvio, muchos de sus habitantes tienen, y mucho. Está liderada por un ser superior, un faraón. Una de esas personas que nunca tienen bastante, que exprimen cada céntimo y que a pesar de lo que el resto de los mortales pensemos, tienen las cosas claras y no les importa gastar una suma desorbitada de dinero con tal de recuperar la inversión con intereses. Su mano derecha es una persona, digamoslo así, indescifrable. Siempre parece que quiere tener a todo el mundo en contra, pero los que más le conocen dicen que es todo lo contrario de lo que muestra al resto del pueblo. No obstante este señor vino para cambiarlo todo. Desde que él llegó a la ciudad nada volvió a ser igual; los antiguos valores en los que ésta se forjó se cambiaron por otros nuevos, más agresivos, en los que importa más el fin que los medios. Sus habitantes, que no están ciegos, lo ven, y ese hecho en sí los divide más que cualquier otro.
La otra ciudad es todo lo contrario. Es la parte luchadora, trabajadora y con encanto que surge de esa división. A los colores primitivos añadieron el rojo de la sangre, que es lo que ponen cada día porque sus recursos son limitados. En esta ciudad no importan los que mandan, importan los que viven en ella, los que dan vida a sus calles. Los villanos la gobiernan y los héroes la levantan, aunque vengan del otro lado del Océano, pues una vez llegan se enamoran de ella. Aquí, cada dos semanas, todo el mundo se concentra en el corazón de la misma, donde caben mas de 40.000 personas. Allí los escépticos vuelven a creer, y los niños se enamoran para siempre porque todo puede suceder, victoria y derrota se mezclan, y todo es relativo. Lo que se mantiene es el imborrable recuerdo de los que la hicieron grande.
Pero como en aquél capítulo, una vez pasada la noche todos vuelven a pertenecer a algo mayor, unos y otros vuelven a saludarse en la calle, con el recuerdo de la tarde pasada aún fresco. Pero son felices igualmente porque saben que se volverán a encontrar en el camino y que habrá otros días de gloria. Pues al fin y al cabo fútbol es fútbol, ¿no?